Ser la mujer y ser la máquina. Ser, a un tiempo, el cuerpo que caza y la prótesis con la que se encuadra la excepción: la belleza mordida, la excentricidad descarnada. Ser el prodigio y la caja negra de una mujer prodigio. Eso es lo que propone este libro: revelar las sensaciones, la voz íntima de Diane Arbus (Nueva York, 1923-1971) y, a la vez, ser la cámara Gráflex, la cámara Rolleiflex, todas las cámaras analógicas con las que esta mujer encuadró y capturó lo anómalo, lo que no es sostenido por los hilos de la norma.En Autorretrato de la luz seremos testigos —lectores, espectadores— de las escenas de caza que registran: una “niña enmascarada con una muñeca”, un “hombre con sombrero, bañador, calcetines y zapatos en Coney Island”, “el famoso club de fans de los monstruos de Jim Warren”… Seremos testigos, es cierto, pero también accionaremos el obturador, seremos la mujer y seremos la máquina. Presenciaremos el “detrás de cámaras” de una vida frágil y suscitativa: “todos decían que Diane estaba loca / que era una reina degenerada”. Asistiremos —lectores, espectadores— a su acto final: “Estoy llena de un sentimiento de promesa que no puedo sostener”. Tal es la propuesta de este libro lacerante y hermoso. 10