La tierra como identidad. La identidad como único territorio del alma. La poesía como tierra para la identidad del hombre. Esa es la materia esencial con la que se construye la atmósfera de Fines animae, del poeta madrileño (y granadino) Francisco Jerez. Los hitos que delimitan la línea divisoria de su expresión poética y vital en este libro antológico, que recoge, en sus diferentes etapas y estilos, más de cuarenta años de creación poética.La memoria granadina («entrar en la ciudad y conquistarla / a los cuatro años / meterla para siempre en el alma»), con su Andalucía propia y la sombra alargada de Federico, del Albaicín hasta las aguas del Hudson, en Nueva York. Pero también la huella viva de Madrid. El Madrid de los arrabales pobres, que fueron ganados a golpe de asfalto por nuevas casas para ricos. Pero también el de la Casa de Fieras y el Museo de Ciencias Naturales. Y el de los grandes sueños literarios. Pura pulsión lírica en el ganar de los años y el perder de los paisajes, entre ellos, la visión del Guadarrama machadiano desde las espinas duras de los descampados. Como una imagen eterna de la esperanza en las alturas.La mirada a la infancia, en la certeza de que «los niños son / cien veces mejor niños, / que sus padres, padres». Y la pregunta esencial sobre la verdadera vinculación del alma humana con sus espacios vitales. También con sus ideales y sus sueños («recuerdo una isla, / pero no sé deciros dónde»). Lugares de contemplación y de abrigo desde los que un viejo profesor repasa la existencia con medida poética; se enfrenta a «la perspectiva infinita de la noche»; se deja herir por el viento salvaje de las horas... pero continúa en pie, con las únicas armas del amor y de la propia fe en la vida. La proyección del uno en los otros, frente a los cuatrocientos golpes del existir. La certeza de que la sangre (la estirpe) continúa, incluso en el momento en el que el nacimiento y la muerte se buscan para besarse, para cerrar el círculo. Pues el poeta se irá, pero quedarán los pájaros cantando. Poesía en pura pulsión como materia sólida para afrontar la insoportable liquidez del tiempo.Carlos Aganzo
